Esta aparición de un alma del Purgatorio aparece en el libro “Entre el Cielo y la Tierra” de María Vallejo-Nágera y nos deja varias enseñanzas:
- Los diferentes niveles en el Purgatorio
- Que algunas almas que han sido salvadas de ir al infierno pueden estar sufriendo un tormento muy similar a éste, aunque temporal
- El aspecto aterrador que pueden tener algunas almas, a pesar de ser salvas
- El valor de los sufragios que podemos ofrecer por las almas
- La gratitud de las almas para con sus bienechores
Estando nuestra religiosa pasando unas vacaciones en el castillo familiar, la dejaron al cuidado de un bebé de pocos meses. La criatura dormía plácidamente en su cuna mientras ella se enfrascó en la lectura de la Santa Biblia.
Disfrutando de las cartas de San Pablo se le apareció la espantosa figura de un hombre de aspecto feroz, con pelo cano, sonrisa llena de odio y ojos ensangrentados. El olor que emanaba de aquel espectro era insoportable y sus ropajes, datados a simple vista como del Medievo, mugrientos. Pegó un aterrorizado grito que despertó al bebé, quien se puso a llorar desconsoladamente. Aquella figura espectral se le abalanzó al cuello e intentó estrangularla, pero ella, agarrando el Rosario con fuerza y pidiendo auxilio al Arcángel San Miguel, vio aliviada cómo aquel perturbado salía por los aires y se chocaba con fuerza contra la pared. Acto seguido la franciscana se puso de rodillas a orar con toda su fuerza, y sólo entonces aquel espectro quedó como bloqueado contra el muro de la habitación, no pudiendo acercarse ni a ella, ni al bebé que le habían dejado a cargo.
–¿Quién eres y por qué me atormentas?, preguntó empapada en lágrimas.
Y entonces aquel fantasma le habló.
–Soy “X”, y llevo desde 1479 padeciendo un estado del Purgatorio muy profundo. En mí sólo hay maldad, y ésta me daña porque está adherida a mí en toda su esencia. Estoy salvado, pero no purificado. Sin embargo sé que algún día lograré deshacerme de esa maldad si se ofrecen por mí oraciones y sufragios de los vivos. Pero ahora, tan cerca vivo del infierno que mi alma está colmada de odio, y por ello deseo tu muerte. Las almas en este tipo de niveles estamos muy unidas a Satanás. Odiamos con él, y deseamos el mismo mal. Sin embargo Dios, en su infinita bondad, permitió que las oraciones de mi madre me salvaran de la condenación eterna, por lo que sé que si alguien ofrece sufragios por mí, poco a poco iré limpiando mi estado y lograré alcanzar niveles del Purgatorio más elevados. No puedo amarte, Dios no me lo permite, pues en vida no amé. Aquí se paga paralelamente a lo pecado durante la vida en la tierra. En este nivel tan abismal, no sabemos amar, padecemos horriblemente y deseamos la condenación de todo humano. Pero como no estoy dentro del infierno sino en sus límites exteriores, puedo manifestarme a ti y pedirte ayuda.
–¡Oh, pobre desafortunado!, le dijo la monjita llena de tristeza. Encargaré misas por la salvación de tu alma.
–¡No puedes hacer eso por mí!, gritó lleno de odio.
–¿Por qué? ¿Qué mayor ofrenda puedo hacer que el Santo Sacrificio de la Pasión y muerte de Jesucristo en tu nombre? El también murió por ti y su sufrimiento saldó tus faltas. Pagó un precio altísimo por tu salvación.
–No serviría de nada, –contestó el espíritu muy apesadumbrado–, porque durante mi vida jamás valoré la importancia de la misa. Recuerda que Dios es infinitamente justo.
–¡Pero también es infinitamente misericordioso!
El espectro repitió mirándola con gran odio:
–Dios es infinitamente justo. Nuestra protagonista entendió entonces que no nos podremos beneficiar en el Purgatorio de ciertas cosas del Señor, si las hemos desperdiciado en vida. Esto es un gran consuelo para los creyentes, pues todas las gracias que ofrece la Iglesia y que aprovechamos con Fe mientras vivimos, podrán servirnos también en el más allá. La religiosa, temblando, tomó un frasco de agua bendita y lo derramó totalmente sobre aquel desgraciado espectro, que en pocos segundos desapareció dejando un pestilente olor tras de sí. El informe del sacerdote que investigó su caso confirma que de tal líquido no quedó ni una gota; nada se derramó sobre el suelo. Simplemente se evaporó al instante.
¿Estaría el espectro envuelto en calor? No lo sabemos, aunque en revelaciones posteriores esta franciscana afirmó que en muchas ocasiones las almas se quejaban de sentirse envueltas en llamas, aunque ella no pudo verlas. Los sacrificios, ayunos y penitencias que tuvo que ofrecer por este pobre espectro fueron enormes. Apenas comió durante meses, robaba horas al sueño que sustituía por profunda oración y trabajó hasta el agotamiento en las tareas más arduas del convento. También comenzó a limpiar letrinas en el lugar de sus compañeras; fregaba suelos, cosía hasta hacer sangrar sus dedos, se deslomaba en la huerta, y padecía al fin todo tipo de penurias, con la sola idea de poder liberar del tormento a aquella pobre alma en pena.
Muchos meses después se le apareció de nuevo. Su aspecto había cambiado pues ahora era hermoso, elegante y señorial. Se sorprendió sobremanera al descubrir que se trataba de un hombre joven cuya edad podría rondar la veintena. No hubiera sido capaz de reconocerle de no haberse percatado de que llevaba los mismos ropajes medievales de la primera aparición, que ahora lucían pulcros. Tampoco emanaba de su cuerpo ningún olor desagradable; así mismo la expresión de sus ojos había cambiado por completo, pues reflejaban tristeza y arrepentimiento, aunque increíblemente también amor.
–Jamás olvidaré lo que has hecho por mí –le dijo–. No sé cuanto tiempo tendré que seguir sufriendo en este Purgatorio, pero al menos ahora estoy en un nivel en donde la presencia de Dios es mucho más cercana. Se acabó la proximidad infernal que tanto me ha hecho padecer. Sólo me queda alabar a Dios con todas mis fuerzas durante el tiempo que Él, en su infinita Sabiduría, considere necesario bajo el prisma de la justicia eterna. Y tras estas palabras, desapareció para no volver a molestarla jamás.