Este es un estremecedor pero a la vez esperanzador testimonio del purgatorio. Le sucedió a Santa Lidwina de Schiedam (1380 – 1433), mística y patrona de los enfermos crónicos.
Está santa aprovechaba las largas horas de insomnio y los dolores físicos producto de su deteriorada salud, para redoblar su permanente oración y entrega a Dios. Era entonces cuando experimentaba profundos éxtasis en los que según ella, su ángel guardián se le aparecía y conducía en cuerpo y espíritu al Purgatorio, en donde divisaba sus inmensos misterios. Sus descripciones sobre el lugar son minuciosas, interesantísimas y de una condición sobrenatural que ponen los pelos de punta con su lectura.
Describió en muchas ocasiones los diferentes estadios dentro del Purgatorio.
La santa vio durante uno de sus éxtasis a un alma en un estrato muy bajo del Purgatorio, en donde su sufrimiento atroz se asemejaba a aquel que padecen los condenados en el infierno. Se trataba del alma de un hombre al que había conocido bien durante su vida y al que ella apreciaba mucho. Quizá por ello su espanto y preocupación fueron enormes cuando, tras 12 años desde la muerte del desdichado y estando ella rezando precisamente por la salvación de su alma, le vio encerrado en las llamas de un bajísimo Purgatorio. “Pero ¿qué has hecho para merecer este castigo?”, le preguntó estremecida.
Entonces el alma de aquel conocido le relató lleno de amargura que durante su vida había vivido de forma muy disipada, habiendo tenido gran cantidad de amantes, provocando por ello un gran sufrimiento a su familia, que duró hasta los últimos días de su existencia. Por pura Misericordia, quiso el Señor que al caer él enfermo sintiera un gran arrepentimiento, por lo que pidió confesión y murió en gracia de Dios.
Durante doce largos años Santa Lidwina rezó con fervor por su alma, pues conocía su fama de rufián y la permanente traición hacia la esposa, suponiendo que todas sus plegarias serían pronto escuchadas. Precisamente por esta razón se aterrorizó cuando después de ese extenso tiempo se lo encontró entre las llamas de ese terrible Purgatorio.
El ángel de la guarda de la santa, que la acompañó visiblemente a semejante viaje, viendo el dolor que la estaba causando esta visión le dijo: –puedes ofrecer algo para aliviarle, para que alcance el cielo–. La santa accedió de inmediato y una vez recobrado el conocimiento ofreció ayunos, sus enfermedades, dolencias y todo tipo de oraciones, para liberar a esa pobre alma desgraciada.
Cuando Lidwina comprendió que no podía soportar más infortunios, rogó desesperadamente a Dios por la salvación de aquel por quien tanto había orado. Entonces el Señor le permitió ver cómo el alma del condenado a ese Purgatorio atroz, se elevaba suavemente desde los abismos hasta un fuerte halo de luz. Así comprendió que ninguno de sus padecimientos había sido en vano. ¡Dios utiliza hasta la más pequeña de nuestras oraciones para salvar almas!
Fuentes: Entre el Cielo y la Tierra